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LA SOLEDAD EN TIEMPOS DE CRISIS

 

LA SOLEDAD EN TIEMPOS DE CRISIS:






La radical modificación de nuestro estilo de vida impuesto por la pandemia, que supone el aislamiento en casa y la llamada “distancia social”, puede acrecentar la soledad en una parte de la población, especialmente en las personas mayores, el grupo más vulnerable en esta crisis.


Cuando analizamos la soledad como fenómeno social, nos referimos a la soledad impuesta, no elegida. Pero se trata de un concepto complejo, que combina elementos objetivos (falta de red de apoyo, aislamiento relacional…) y subjetivos (sensación de abandono, de personas a las que recurrir…).

La soledad como problema es una cuestión invisible o desplazada por otros fenómenos más definidos, sobre los que existe mayor preocupación social, que reciben mayor cobertura mediática o atención de las políticas púbicas. Existe tal vez una percepción difusa de la soledad, como un elemento silencioso, propio de la vida humana y no susceptible de intervención social, cuando en realidad actúa como factor transversal de riesgo social para numerosas personas y colectivos.

El estudio del Observatorio Social La Caixa afirma sobre la soledad: “Prevenir e intervenir es clave para reducir su presencia y evitar las consecuencias negativas, que van más allá del ámbito psicológico teniendo también implicaciones sociales y de salud pública.” Según este estudio, “(…) solo un 44,6% no declara ningún tipo de riesgo de aislamiento social o sentimiento de soledad. Es decir, más de la mitad de la población encuestada siente algún tipo de soledad o tiene algún riesgo de estar aislada socialmente.”

El estudio además tipifica el perfil de la soledad: “El riesgo de aislamiento social, ya sea de la red de amistad o la red familiar, es generalmente mayor entre los hombres, entre las personas con menor nivel educativo y va aumentando con la edad. La falta de red de amistad es especialmente preocupante a partir de los 65 años, edad que coincide con la jubilación. Más de un cuarto de los mayores de entre 65 y 79 años están aislados de la red de amigos y son casi la mitad entre los mayores de 80 años.”

Además de los aspectos sociales y los daños psicológicos asociados a la soledad, esta tiene un impacto demostrado sobre la salud física. Como recoge el reciente artículo Estar confinado y solo. El gran mal oculto de nuestra época: “Múltiples estudios médicos han señalado la deriva física y mental a la que puede conducir un aislamiento involuntario. Deterioro del sistema inmunológico, enfermedades cardiacas, alzhéimer o depresión.”

En este reportaje del New York Times se afirma que “El sistema de salud señala que la soledad puede ser tan dañina para la salud como fumar 15 cigarrillos al día.” (fuente: HSRA) “El sentimiento de aislamiento puede incrementar la probabilidad de depresión e hipertensión y el riesgo de muerte por enfermedad del corazón. También puede afectar al sistema inmune en su capacidad para combatir a la enfermedad, un elemento especialmente importante durante la pandemia.”

Uno pensaría que, debido a la facilidad de conexión que nos brinda el internet y las redes sociales, este tiempo de cuarentena ha sido un poco más “manejable”. No obstante, muchos nos hemos encontrado directamente con un sentimiento que, quizás, no habíamos experimentado antes: la soledad. Las imprevistas circunstancias han congelado nuestras vidas, rutinas y quehaceres. Estábamos tan acostumbrados a vivir en un mundo de conectividad masiva, de la marcha veloz a la solución de los urgentes problemas cotidianos; que nos olvidamos lo que era pasar tiempo con nosotros mismos. Ahora, con una mano en el corazón, ¿la soledad es una pasión o una condena?

Para el filósofo Arthur Schopenhauer la soledad es “la excelencia de todos los espíritus excelentes”. Aquello implica que, en la soledad más absoluta, el hombre encuentra en sus propios pensamientos e imaginación ideas con las que divertirse agradablemente. Al igual que él, muchas personas disfrutan de estar aislados porque sienten que tienen mayor claridad en sus pensamientos; algunos hasta viajan días hasta llegar a la cumbre de la montaña más alta porque “únicamente si se está solo se es libre”. De esta manera, vivida de forma sana, la soledad puede ser una gran oportunidad para construirse, conocerse, y valorar aquellas cosas que dábamos por sentado, pero que al igual que muchas otras, son efímeras.

Por otro lado, su contemporáneo Víctor Hugo juraba: “El infierno está todo en esta palabra: soledad”. Cabe mencionar que, cuando pensamos en la soledad, inmediatamente la asociamos con la falta de contacto humano. Lo cierto es que aún rodeados de muchas personas podemos sentirnos solos, ya que es un estado mental al igual que lo es la depresión, la ansiedad, o el miedo. No obstante, es en los momentos de soledad física en los que uno se da cuenta del sentimiento de soledad emocional. Con las redes, podemos olvidarnos de este sentimiento por un momento; sin embargo, cuando damos por finalizada una llamada o cerramos el celular, en muchos casos, el vacío sigue presente, el tiempo infinito y las cosas comienzan a perder significado.

Las causas de la soledad emocional son varias. Este patrón se muestra intensificado en personas mayores o que muestran dificultades en sus interacciones sociales debido a problemas de inseguridad, bloqueo, nerviosismo, ansiedad y aislamiento. Un estudio reciente de la Universidad de Chicago dio a conocer que una de casi cuatro personas se siente sola en esta era de la tecnología; esto se debe a que las relaciones se han visto empobrecidas y pasamos más tiempo con representaciones virtuales de los otros que con los individuos físicos… relaciones que acompañan, pero no mitigan la sensación. Ahora, ¿de cuál lado estamos? Reflexionar un poco sobre esta pregunta nos hará darnos cuenta del impacto de la respuesta, pero dejando de lado el resultado, debemos entender la soledad como algo natural y comprensible.

Los medios de comunicación digitales ayudan a mitigar el sentimiento de soledad. A lo largo de esta cuarentena, las videollamadas o la mensajería instantánea (sin perjuicio de otros medios “tradicionales” como la llamada telefónica simple) permiten mantener una comunicación interpersonal periódica entre familiares, amigos o conocidos. Incluso pueden ser una tabla de salvación para personas aisladas o que, simplemente, viven solas.

Pero entrar en el terreno de la comunicación digital implica, no obstante, asumir la paradoja de las redes sociales (digitales), similar a la recurrente paradoja de la deshumanización de la gran ciudad (el individuo rodeado de gente pero solo). Es decir, la conectividad nos brinda una comunicación más accesible e inmediata, pero a menudo superficial, unidireccional y sustitutiva de la necesaria comunicación presencial.

Para terminar, en estos momentos difíciles no dejemos de lado nuestros propósitos y metas que tenemos para el futuro. Por el contrario, hay que tomarnos este tiempo para reflexionar sobre qué medidas hemos tomado para alcanzarlas y, si todavía no hemos iniciado, de qué manera podemos hacerlo. No tengamos miedo de abrir nuestra mente y mirar el atardecer del sol; porque puede que el mundo esté en pausa, pero con la colaboración de todos se pondrá en marcha nuevamente. Mientras tanto, seamos empáticos y no descuidemos al colectivo más vulnerable. Bendiciones.

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